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La historia de Bitcoin es un cementerio de narrativas. Al ser una herramienta neutral, un fenómeno esencialmente matemático, no puede replicar a ninguno de los predicados que sobre ésta se dicen. Ante las hipótesis sobre lo que es, Bitcoin solo puede guardar silencio. Esto ha dado paso a la divulgación de muchos malentendidos (unos, deliberados; otros, por desconocimiento). Entre las narrativas malintencionadas podríamos enumerar aquella de que la revolución no es Bitcoin sino «blockchain»; también, que Bitcoin es solo para criminales; o que su volatilidad nunca la dejará ser una reserva de valor predecible. Varias de estas narrativas aún pululan como zombies en un cementerio.
Desde las trincheras de Bitcoin también se han extendido múltiples narrativas. Nic Carter, de Castle Island Ventures, ha hecho un excelente trabajo recopilando esas distintas visiones que se han tenido sobre Bitcoin en sus 12 años de existencia. Los distintos actores a los que les concierne Bitcoin, sea porque lo usan o sea porque se crean con la autoridad moral de decidir cómo los demás deberían usarlo, mantienen visiones distintas sobre esta tecnología monetaria; algunas compatibles, otras conflictivas entre sí.
Quizás la narrativa más conflictiva que hay entre los promotores y los detractores de Bitcoin sea aquella de su incensurabilidad. El hecho de que Bitcoin sea un dinero abierto, que puede ser usado por cualquiera sin pedirle permisos a nadie y sin ser la deuda u obligación de nadie, no le gusta demasiado a los reguladores. Aquellos que siempre han gozado del privilegio del control y la supervisión, no soportan que no se les rinda cuentas.
Si el poder es, como estableciera Max Weber, la «posibilidad de imponer la propia voluntad, aún contra toda resistencia», quienes tienen el poder harán todo lo posible por ejercer su voluntad. Y esto no supone necesariamente prohibir Bitcoin; habiendo cada vez más dinero institucional involucrado, no sería bien visto. Pero sí supone imponer su voluntad sobre qué transacciones son admisibles y que transacciones no. Y si bien Bitcoin ya regula esto a nivel de protocolo, admitiendo solo las transacciones que se adecúen a las reglas de consenso (su constitución interna), puede que esta regulación no complazca la voluntad de muchos gobiernos.
Esta semana, se anunció la creación de un nuevo pool de minería por parte de una de las empresas de análisis de blockchains con más trayectoria del mercado, BlockSeer. Entre sus propuestas está no validar aquellas transacciones que se puedan vincular con una lista negra predeterminada.
En un primer momento, por la arquitectura de Bitcoin tanto a nivel de consenso como a nivel de teoría de juegos, esto no parece una gran amenaza. La verdadera vulnerabilidad se entreve cuando se plantea la posibilidad de que los gobiernos, coordinados globalmente, comiencen a exigir censuras de este tipo por la vía legal. Tal como está sucediendo con los exchanges y su adecuación a las reglas de la GAFI, una vez que se le extorsiona a un minero diciéndosele que se le considerará un criminal o un facilitador del crimen por validar una transacción, el riesgo parece incrementar y la teoría de juegos empieza a inclinar la balanza de manera desfavorable para la incensurabilidad.
También hay gobiernos más discrecionales, que prefieren no esperar los largos tiempos de la ley y que prefieren tomar acciones, digamos, más inconsultas para que quede claro su mensaje. Esta semana también supimos de la desconexión de varias granjas de minería en Venezuela como carta de invitación a un evento sobre la regulación de la industria en el país. Un evidente acto de censura que si bien no afecto directamente al poder de hash, sí a quienes trabajan en asegurar la red desde una geografía específica.
Otra narrativa que ha sido ferozmente mercadeada ha sido la descentralización. Si bien la descentralización vive en el mundo de las escalas de grises, es decir, no es algo de blanco o negro, en los sistemas llamados distribuidos, que un componente esté fuertemente centralizado puede hacer caer un castillo de naipes. Así sucedió esta semana en Ethereum. Hubo una división de cadena, es decir, el consenso fallo. Parte de los nodos no validaban las mismas reglas que otros y esto hizo que se crearan versiones conflictivas de Ethereum.
Se puede responsabilizar a varios actores, tanto a los desarrolladores del cliente Geth por no haber explicitado con mayor vehemencia la necesidad de actualizar los nodos, como a quienes corren los nodos por no haberse mantenido actualizados. Pero realmente el hecho que más resalta la centralización fue la paralización de multiples servicios y aplicaciones «descentralizadas» porque el proveedor de infraestructura Infura, se quedó validando la versión anterior del cliente. No solo la dependencia de los servicios en una sola infraestructura, sino el uso de un solo cliente por este proveedor, causo un momentáneo colapso en la red Ethereum.
Las narrativas siempre se van moldeando con la fricción del roce contra la dura realidad. Siendo estas tecnologías vivas y abiertas, en las que múltiples actores tienen influencia sobre su destino, es probable que sigamos viendo como estas narrativas son probadas y contratadas contra la implacable vara de medir que son los hechos.
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Para ver el episodio anterior, pueden seguir el enlace a continuación:
- En Análisis Ep. 28: Lightning Pool y expropiación de bitcoins a mineros en Irán