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Alguien más llega a Green Valley.
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¿Por qué quieren la llave privada?
Capítulo anterior: Un ataque de cinco actos (con Bitcoin) – Parte I
Regresó al pueblo a pasar la noche. Sería absurdo arriesgarse a morir a causa de alguna bestia en el bosque. Pese a ello, supo que necesitaba Internet para poder acceder a lo que sea que esas doce palabras le permitieran, por lo que le no quedó más remedio que esperar a estar en algún lugar menos… hermético.
Escogió la casa en la que se había cambiado previamente, cerró todas las puertas y ventanas y se encerró en el cuarto más lejano. Para lo que él sabía, la noche podría traer zombies a las calles. Logró dormir, pero no mucho.
Lo despertó al amanecer, antes que el reloj-alarma, un sonido sorprendente a esas alturas: voces humanas.
Una parte de él se sintió tan alegre como aliviada, pero la otra volvió a aterrarse. Apenas se asomó entre las persianas: una pareja de uniformados en evidentes trajes antirradiación iba pasando junto a esa acera.
— Weiss es un dolor de cabeza. Ya peinamos esto tres veces.
— Que ni te oiga. Sólo terminemos el paseo para poder largarnos.
Fue lo único que alcanzó a escuchar. Corrió hacia el baño, se alistó en menos de cinco minutos y tomó la mochila que había dejado al pie de la cama el día anterior. No tenía idea de si estos hombres podrían ayudarlo o lo matarían para salvar algún oscuro secreto de Estado, así que debía andar con cuidado.
A pesar del riesgo, optó por seguir la dirección que habían tomado los dos ¿soldados? ¿científicos?, con la intención de escuchar un poco más sobre dónde estaban o qué demonios había pasado antes de decidir acercarse o no.
Oculto en un callejón cerca de la plaza principal que remataba un lago, mientras escuchaba discutir a un grupo frente a un helicóptero, pensó que había sido una excelente idea.
— A estas alturas, Jensen debe estar tratando de pasar alguna de las fronteras, no aquí.
— Eso si no se lo comió un lobo de tres cabezas entre los bosques.
— Necesitamos la llave privada. Sólo Jensen sabe dónde está. Así que más vale que siga con vida —interpuso seco el hombre que parecía ser el mayor.
En el callejón, por reflejo, él se llevó la mano a aferrar la placa alrededor de su cuello.
— Dudo mucho que quiera compartir esa información, jefe.
— No es que vayamos a pedírsela por favor. ¿Ya cubrieron la parte Oeste?
Dos soldados más llegaron corriendo.
— ¡Jefe! Un edificio de oficinas se derrumbó parcialmente en el límite norte. Parece que la causa fue una bomba. Encontramos el cadáver de Wei, pero aún no hay rastro de Jensen…
— ¡Sigan buscándolo!
Jensen. Él debía ser el tal Jensen, sin duda. Y estos tipos querían su llave privada… ¿para qué? ¿Eran del gobierno, siquiera…? ¿Y de cuál gobierno? Ni siquiera recordaba en qué país estaban, maldita sea. Los trajes antirradiación explicaban, además, porqué ya no quedaba nadie en el pueblo. Él mismo estaba quitándose varios años de vida permaneciendo allí si había radiación a ese punto, eso podía saberlo. Tenía que salir de allí, pero ahora…
Sus párpados se expandieron con revelación. Volvió a asomarse y notó que, junto al presunto jefe, sólo había quedado un hombre mientras los demás corrían hacia otro lado, presumiblemente, hacia el edificio derruido. No obstante, lo que capturó su mirada en verdad fue el helicóptero. Ese era su pasaje de ida.
En silencio, buscó entre su mochila hasta dar con el cuchillo que había decidido empacar. Tragó duro. No quería herir a nadie, pero tampoco permitiría que lo sacrificaran como un cordero. Tal vez era lo suficientemente millonario como para que esos tipos quisieran su llave privada, o quizás era un periodista que había descubierto mucho más de lo que a ellos les convenía. En cualquier caso, no iba a morirse sin siquiera averiguarlo.
No se cuestionó cuán arriesgado e incluso imposible era su plan: noquear a los dos hombres y robar el helicóptero. No se cuestionó cómo iba a volar el helicóptero, tampoco. Todo fue pura memoria muscular.
Diez minutos después, en efecto, los hombres yacían inconscientes y él ya estaba acomodándose en el lugar del piloto en la nave, encendiendo todo rápidamente para la partida. Ya en el aire y apenas escuchando tiros en du dirección, ahogados por la hélice, comenzó a considerar la idea de que, en realidad, él no podía ser un simple civil.
*
Continuó teniendo esa misma idea horas después, cuando, tras abandonar el helicóptero en medio de la nada, al fin logró sentarse frente a un computador con Internet en un pueblo apartado de Rusia donde apenas había alguien que hablara inglés. Descubrió entonces que él también hablaba ruso. Y que podía acceder a Tor, a canales encriptados de comunicación y a la Darknet. Definitivamente, no civil. Soldado, quizás. Espía, probablemente. ¿De qué gobierno? No tenía idea y eso lo estaba matando. No tenía idea de quién era ni cuál había sido su propósito.
La llave privada le dio acceso a una dirección que contenía 5.000 dólares en BTC. No era una cantidad despreciable, pero tampoco justificaba en modo alguno la persecución. ¿Por qué esos sujetos querían esta llave, entonces? Ningún grupo de esa magnitud —tenían un helicóptero, armas y trajes antirradiación, por favor— se tomaría tantas molestias por cinco mil dólares.
Revisó las transacciones en busca de pistas. La última tenía una nota adherida, pero en realidad era una línea de código. Frunció el ceño… era una línea muy inusual de código. Para programar… algo. Si esos tipos no querían el dinero, entonces esto debía ser. Sea lo que fuere.
Tras varios intentos infructuosos de programar lo que sea con esa línea y borrar todos sus rastros (y la cartera), decidió abandonar el cyber-café que había pagado con el efectivo encontrado en las tiendas de Green Valley. Un nombre que nadie por allí conocía, por cierto.
¿Qué debía hacer ahora? Podría entregarles la llave a esos tipos, sin más. Tal vez lo dejaran ir. O tal vez no. Podría escaparse de ellos para siempre, pero, ¿cómo? ¿y a dónde iría? No recordaba ni su nombre.
No. Tenía que descubrir quién era él. Y tenía una idea para eso.
*
El texto, el código, el vídeo de la prueba y la magnitud de sus pretensiones saltaron a sus ojos como balas de luz, atravesándolos, directo hasta su pecho. Su fondo de pantalla era un perro. Un gran pastor alemán. Glaston, lo recordaba. Lo había rescatado de un refugio cuando era un cachorro y se había quedado con él para siempre. Glaston lloraba cada vez que él se iba.
Tenía 5.000 dólares en BTC. Podía recoger a Glaston y desaparecer. Florida tenía un clima bello esta época del año…
Sonrió torcido cuando escuchó como casi derribaban a golpes la puerta de abajo. Diablos, había sido un buen plan. Green Valley, su ciudad natal, no existía, en ningún mapa; así como tampoco existía otro puñado de ciudades experimentales radioactivas a lo largo de todo el globo. Quienes eran llamados allí eran científicos, soldados, “activos valiosos” para realizar las pruebas necesarias, o bien, personal de mantenimiento, encargados de otras necesidades y sus familias. Se les proveía de todo confort y de salarios espectaculares, bajo la condición de jamás salir de allí de nuevo. Ninguno podía salir, nunca. Ni hablar sobre ese lugar.
Marcus Jensen, un niño genio informático, se había escapado de Green Valley a los doce años, tras la muerte de sus dos padres científicos a causa del cáncer. Había crecido con otra identidad, en otra ciudad, jamás hablando de su pasado. Pero la idea había germinado en él, ya convertido en hacker. La idea había florecido y había tomado la forma de una simple línea de código que podía llegar a estremecer al mundo.
Dejando libre ese pequeño virus, cada usuario de BTC recibiría su mensaje directamente sobre la blockchain, imborrable, con todos los archivos clasificados que había logrado robar sobre las ciudades radioactivas donde la gente moría, sin poder salir nunca más. Claro, también lo había arreglado para quedarse con unos cuantos miles de bitcoins él mismo. Era un sombrero negro, después de todo, y tenía que desaparecer a la brevedad.
Wei, el agente que lo había perseguido hacia su último paseo hasta Green Valley para recopilar más pruebas justo después de su definitiva (y tardía) evacuación de emergencia a causa de los ya insoportables niveles de radioactividad; había estado dispuesto a sacrificarse con tal de detenerlo. No le había funcionado el plan de la bomba.
Escuchó como derribaban la puerta y, sin vacilar, presionó Enter para lanzar el código, porque, al rayo todo. Y entonces, embutió la laptop en su mochila y saltó por la ventana. Tenía que encontrar a Glaston.
Descargo de responsabilidad: Esta es una obra de ficción. Los nombres, personajes, empresas, organizaciones, lugares, acontecimientos o hechos que aparecen en la misma son producto de la imaginación del autor o bien se usan en el marco de la ficción. Cualquier parecido con personas (vivas o muertas) o hechos reales es pura coincidencia.
Descargo de responsabilidad: Esta es una obra de ficción. Los nombres, personajes, empresas, organizaciones, lugares, acontecimientos o hechos que aparecen en la misma son producto de la imaginación del autor o bien se usan en el marco de la ficción. Cualquier parecido con personas (vivas o muertas) o hechos reales es pura coincidencia.