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Hace algunos años ya que el Gobierno creó el Documento de País, una herramienta para la identificación pormenorizada de los ciudadanos, para crear, desarrollar y enfocar las políticas de ayuda social del Estado en los más vulnerables, o al menos así lo ofrecieron. La realidad es que el documento se convirtió en un sofisticado instrumento de control. Su implementación requirió que los ciudadanos proveyeran una cantidad increíble de información personal y financiera, comprometiendo así su privacidad.
La base de datos que maneja el gobierno contiene información de toda índole. Dirección, números de contacto, cantidad de personas en el hogar, parentesco, relaciones filiales, movimientos bancarios, acceso a Internet, cuentas de correo electrónico y redes sociales. El gobierno sabe todo lo que hacemos y sospecha lo que no hemos hecho. Además, el Documento da acceso a sus portadores a una “criptomoneda especial”, creada por el gobierno, único medio para realizar operaciones de más de 500 dólares al cambio, estableciendo un control poderoso a la economía nacional. Otras criptomonedas están prohibidas y todas las actividades conexas se pagan con la cárcel.
El gobierno ha insistido en que el Documento no es obligatorio, pero no tenerlo es igual a ser un extranjero dentro del país. Los pagos son diferentes, no hay beneficios sociales, no hay seguro de vida ni plan de Atención del Ciudadano del País para estos sin nombre, ciudadanos de segunda ante el gobierno y las instituciones del Estado.
Según los datos del gobierno, la cifra de no documentados es de menos del 1% de la población del país. Así, los voceros oficialistas suelen vanagloriarse de la aceptación del Documento entre mis compatriotas, aunque, obviamente, omiten la exclusión que vivimos los que no hemos accedido a ceder nuestra privacidad en favor del control del gobierno.
Cypherpunk nativo: Vivir sin Documento de País
Sin ese documento mi vida ha sido un poco miserable. El precio de mi privacidad y del control exclusivo sobre lo que hago ha sido convertirme en un paria. Conozco otros como yo, y la miseria es compartida. El gobierno se ha encargado sistemáticamente de hacer que el Documento de País se haga un requisito fundamental para casi cualquier trámite.
Sin embargo, he sabido arreglármelas. En los casos extremos, he alquilado Documentos de País por algunos satoshis, utilizando monederos que soportan transacciones parcialmente firmadas, de manera que puedo hacer el pago fuera de línea, siendo imperceptible. No tengo redes sociales ni correo fijo, no utilizo Internet de manera insegura y nunca escribo mi nombre, ni datos sobre mí. Soy un poco paranoico con estos procesos.
A pesar de su empeño con el Documento, el gobierno no se ha preocupado por establecer medidas de seguridad que garanticen que el titular del Documento es quien realiza las transacciones. Entre el afán de control y la propaganda, confiados en su dominio, aún han dejado margen para nuestros movimientos.
Las huellas digitales, los números de identificación, incluso la foto que acompaña al documento, todo ha sido dejado de lado en beneficio del código gráfico de este “instrumento total”, como lo ha calificado el presidente. Sin embargo, alquilar los Documentos de País es costoso, de manera que lo he hecho solo en casos de extrema necesidad: para alimentarme, para acceder a instituciones de salud y poco más.
El acceso al Internet, los pagos, la movilidad dentro de la ciudad y por el territorio nacional, el acceso a trabajos formales e incluso los reclamos o disputas ante las instituciones públicas, todos estos elementos desmejoran o desaparecen para quienes no poseemos el Documento. Para nosotros existen trabajos diferentes, de los que nadie más hace, generalmente malpagados y malhabidos.
El principio: el trabajo de “transportador”
Un día estaba a punto de alquilar un Documento para poder formalizar unos pagos. El vendedor se veía particularmente nervioso. Me pareció sumamente raro. A pesar de que habíamos realizado la negociación completamente fuera de Internet, del alcance del gobierno y sus cuerpos de seguridad, quien iba a alquilarme esta identidad sudaba, veía sucesiva y nerviosamente a ambos lados del callejón en el que acordamos hacer el intercambio.
Me di cuenta de que algo andaba mal, pero era demasiado tarde.
Rodeados por 8 sujetos en cuestión de segundos, el vendedor echó a correr. Traté de hacer lo mismo y fui retenido a empujones, aunque sin golpes. Temí que se tratara de miembros del Cuerpo Especial De Identificación Nacional, pues la usurpación flagrante del Documento de País tenía una de las penas de cárcel más altas. Me equivocaba.
Del grupo de 8 que me impedía irme, uno se me acercó, me entregó una tarjeta micro SD, un teléfono y me dijo: “Nos veremos de nuevo. Atento a los mensajes de texto”. Se fueron. Quedé confundido y sin ningún chance de obtener el maldito Documento. Apenas media hora después del encuentro me llegó un mensaje de texto con una dirección, una hora y el mensaje “Lleva la tarjeta. Que nadie te siga. Deshazte del teléfono”. ¿En qué me había metido?
Las zonas más deprimidas de la ciudad son un refugio de hackers. Algunos trabajan con el gobierno, haciendo campañas sucias en redes sociales, siguiendo los movimientos de los políticos de oposición, escuchando conversaciones, leyendo correos electrónicos, todo gracias a la data del Documento de País. Otros, combaten silenciosamente desde sus miserables casas, a riesgo de perder la vida tras las rejas por traición y terrorismo.
Fui a casa de uno de los del segundo grupo, quería corroborar qué tipo de material estaba en mi poder. Nada. Imposible saber. Un tipo muy particular de encriptación y la necesidad de entrar a Internet para usar la tarjeta, lo que podría delatar la posición de mi amigo o de quien quisiera obtener datos sobre el dispositivo: ¿dónde conseguiste esto? Es muy raro, ese tipo de encriptación es muy complejo, me dijo. ¿Qué era?
Hice lo que me dijeron. A la hora y lugar señalado, y tras haberme deshecho del teléfono, me encontraba en el umbral de un edificio viejo, abandonado. Al verme, el vigilante del edificio me indicó con un gesto que entrara. Apenas entré me sorprendió que el gran salón al que recién había llegado estuviera completamente vacío. No había maquinarias, no habían escombros, documentos, libros, nada. Un espacio enorme y completamente vacío. Apenas un zumbido muy tenue a lo lejos.
En el cuarto contiguo vi al sujeto del día anterior. Me hizo un gesto para que me acercara a él. Dudé, pero ya había llegado hasta allí. Fui hacia donde se encontraba y me interpeló:
– ¿Trajiste lo que te di? Este es un trabajo sencillo.
-Claro, respondí cortante.
– ¿Y no quieres saber nada de lo que estás transportando?
– No, mentí.
– Te vamos a pagar bien por tu discreción y tu trabajo. En dos días alguien te va a entregar un paquete igual. Nos veremos nuevamente aquí a la misma hora. Sabemos donde vives, sabemos qué haces y lo que debes. Si trabajas con nosotros te va a ir bien. Probablemente no te vas a hacer millonario, pero podrás vivir tranquilo. Dame la tarjeta y vete. No te devuelvas por el mismo camino y cuando regreses, ven desde otro lugar.
Asentí. Le di la tarjeta y me fui.
A los dos días alguien llamó a la puerta, me entregó un sobre con un teléfono y un monedero frío. Apenas habían pasado unos minutos cuando me llegó un nuevo mensaje: “Adentro hay una tarjeta. Tráela en tres días. Recuerda las instrucciones. Quédate el monedero; no lo conectes. Nunca lo hemos usado. Confía. Envía addy para lo acordado”.
Siempre me había parecido necesario tener un monedero para poder utilizar mis bitcoins sin tener que usar Internet constantemente, de manera que me pareció ideal. Saqué la nueva tarjeta micro SD y programé el monedero. Prendí el dispositivo que estaba completamente nuevo. Escribí y guardé las semillas, coloqué un PIN. Busqué mi dirección y se la envié por mensaje de texto. Mi pago venía en camino. La escena se repitió al menos 12 veces durante unos tres meses. Me había vuelto un transportador.
La curiosidad y la gran mina
Pero a pesar de que había cumplido todas las normas, sin comentar nunca lo que hacía, evitando a conciencia la utilización de los mismos caminos, deshaciéndome de los teléfonos antes de llegar y sencillamente entregando las tarjetas, comencé a preguntarme con más inquietud qué era lo que estaba haciendo exactamente y para quién. Me resultaba claro que tenía que ver con Bitcoin pese a su estado legal en el país. Además, el hecho de que no tuviera el Documento del País parecía un requisito para lo que hacía, especialmente por la insistencia en comunicarnos solo de manera analógica, sin mucha información y evitando a toda costa Internet. Pero, ¿para quién estaba trabajando?
Una de las entregas me encontró completamente solo en el edificio. Ni rastro de quien siempre recibía la tarjeta. Me puse a curiosear el edificio, los salones. Todo vacío. Solo las escaleras al sótano y el leve zumbido. Pensé en dejar la tarjeta en la sala de siempre, pero quise ver más. Decidí bajar las escaleras. Inusualmente largas, descendí primero por una escalera de caracol hasta un primer sótano también vacío. Solo el zumbido había aumentado su incidencia. Había una rampa que seguía bajando. “Ya estoy aquí”, me dije. Seguí bajando. La rampa, se prolongaba inusualmente, un recorrido enorme. El zumbido se convirtió en un sonido familiar: mineros de criptomonedas. Continué bajando para encontrar la gran mina.
Quedé sorprendido. Para cuando terminé la rampa llegué a un salón enorme lleno de mineros trabajando. El sonido era insoportable. Di vueltas sobre mi propio eje viendo cientos o miles de equipos. Entre el ensordecedor sonido de las máquinas y la confusión que me había generado encontrar semejante cantidad de mineros no me percaté que no estaba solo. Sentí un golpe fortísimo en en cuello. Perdí el conocimiento.
Cuando desperté estaba atado en una silla y quien había sido mi jefe estaba discutiendo con alguien, aunque por el ruido de los mineros no pude entender nada. Mi curiosidad me había metido en problemas.
– ¿Para qué bajaste? Me preguntó. No tenías nada que buscar aquí.
– Obviamente, pero usted entenderá. Tenemos tanto tiempo trabajando. No había nadie arriba. Además, el zumbido. Pero no se preocupe, yo no le voy a contar a nadie sobre esta mina.
– Claro que no. Nosotros nos aseguraremos de eso…
– Espere. Yo no tengo nada en contra de ustedes, no sé quiénes son. Esto me parece maravilloso. No tenemos que ser enemigos. Ustedes me necesitan.
– Nosotros no te necesitamos. Ha sido difícil conseguir a alguien, pero aún queda mucha gente sin el bendito Documento de País, aún hay otros invisibles. Ni siquiera sabes lo que estamos haciendo, como debe ser. ¿Por qué te necesitaríamos?
– Es cierto, pero yo quiero ayudarlos. Creo que ustedes piensan como yo. Yo no sé lo que hacen y ustedes se han encargado de que así sea, cuidando cada detalle sobre su propia privacidad. Creo que no somos tan distintos y lo que sea que estén haciendo me interesa.
Silencio. Me vio un momento y salió del salón. Los mineros seguían trabajando. Cuando regresó, no vino solo. Un grupo de unas 20 personas le acompañaba.
Alianza Sin Nombre
Silencio. Los mineros zumbaban como locos.
– Hemos decidido que trabajarás con nosotros. La única condición es que aceptes. Pase lo que pase. Para poder salir de aquí, tienes que hacerlo como uno de nosotros.
Asentí. Me liberaron.
– Me conocerás como Kepler, aunque solo utilizarás el nombre cuando hablemos en persona. Soy el jefe de la Alianza Sin Nombre en este país, nací aquí, pero no tengo bandera. Somos una red internacional. No obedecemos a ningún gobierno, ni a instituciones centrales. Cada miembro trabaja con nosotros porque quiere y porque puede. Lo que has descubierto es una pequeña operación de minería para financiarnos. Enseñamos a las personas a utilizar Bitcoin a pesar del bloqueo y también cuáles son las maneras más efectivas para proteger su privacidad. Todos los que ves aquí, como tú, eligieron prescindir del control del Documento de País, y también tuvieron su propio entrenamiento.
Me explicó que lo que había estado haciendo los últimos meses era un entrenamiento. Había estado trasladando tarjetas vacías, aunque la idea es que pensara que estaban llenas de transacciones parcialmente firmadas, tal y como hice. Me explicó cómo funcionaba la conexión de Internet del lugar, para hacer la operación invisible pese al control y al Documento de País.
Esta red tenía un interés particular en el país por lo irregular de nuestra economía, pero el Documento fue el gran detonante de su puesta en marcha definitiva. Habían otros miembros en otras ciudades del país, aunque el grueso de los participantes de la Alianza estaban allí. Hackers, expertos en ciberseguridad, científicos sociales o sencillamente ciudadanos preocupados por sus derechos y la influencia del Estado, los miembros de la Alianza compartían el hecho de no tener el Documento de País, aunque estaban al tanto de todas las formas de alquilar una identidad e incluso habían logrado descubrir una red de corrupción dentro del propio Estado que se lucraba de la emisión de nuevos documentos.
El principal objetivo de la Alianza Sin Nombre es lograr que los ciudadanos del mundo sean los verdaderos dueños de sus derechos y deberes. Para ello, además de hacer hincapié en la privacidad personal destacan lo importante de la privacidad financiera. Por ello toda la operación, a nivel global, se financia con criptomonedas, utilizando las condiciones de cada país especialmente problemático para aprovechar sus potencialidades como dinero resistente a la censura. Además, Kepler dijo que si bien tienen un itinerario político, el objetivo no es combatir directamente gobiernos corruptos o autoritarios, sino proveer a los ciudadanos las herramientas para poder sobrellevar sus decisiones y tomar control de su propia vida, de su identidad y dinero.
A partir de ahora entrarían en una nueva fase, profundizando la educación en torno al tema. Me preguntó si estaba listo. Todos los presentes empezaron a hacer ruidos de algarabía, de expectación, como si me bautizaran y me animaran a la guerra.
Obviamente acepté.
Hace algunos años ya que el gobierno creó el Documento de País. Hoy lucho para ayudar a la gente a liberarse de este control.
Descargo de responsabilidad: Esta es una obra de ficción. Los nombres, personajes, empresas, organizaciones, lugares, acontecimientos o hechos que aparecen en la misma son producto de la imaginación del autor o bien se usan en el marco de la ficción. Cualquier parecido con personas (vivas o muertas) o hechos reales es pura coincidencia.
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Descargo de responsabilidad: Esta es una obra de ficción. Los nombres, personajes, empresas, organizaciones, lugares, acontecimientos o hechos que aparecen en la misma son producto de la imaginación del autor o bien se usan en el marco de la ficción. Cualquier parecido con personas (vivas o muertas) o hechos reales es pura coincidencia.