lunes, mayo 12, 2025 | bloque ₿: 896.433
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Atrapado en la gran fortaleza

¿Qué harías si de pronto ya no puedes salir de tu propia casa? Y el único modo de hacerlo es pagando demasiadas criptomonedas…

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  • El ransomware of things secuestra objetos conectados a Internet.
  • Podrías quedar atrapado en cualquier lugar conectado...

Observó las dos rebanadas de pan con queso en su plato mientras su estómago gruñía y alargó la mano hacia la de su esposa, sentada a su lado en el lujoso comedor. La apretó con gentileza, percibió su frialdad y optó por no mirar el pequeño sollozo que ya escuchaba a través de su larga melena rubia. Se preguntó, miserable, cómo había podido permitir que las cosas degenerasen a ese punto.

Conocía el modus operandi de los secuestros. En los más clásicos, comenzaban vigilándote, aprendiendo cosas sobre ti y sobre tu rutina. Descubriendo qué lugares frecuentas, qué zonas oscuras podían servir a su oscuro propósito una noche fría. Tal vez mientras conducías a solas por una carretera secundaria, cuando regresaras muy tarde a casa o incluso al momento de tomar un callejón penumbroso.

Te toman por sorpresa. Te dejan inconsciente o imposibilitan tu visión y tu voz mientras inicias un angustioso viaje en algún auto desconocido, con destino desconocido. Una vez encerrado en alguna habitación apestosa bajo siete llaves, más guardias, alguien debe encargarse de las negociaciones telefónicas con los familiares para conseguir un jugoso rescate. Otros se encargan de mantener viva a la víctima durante el tiempo que la necesiten, llevándole algún escaso plato de comida.

En ocasiones, hay más personal. Los encargados de llevar a cabo una grabación espeluznante del secuestrado, por ejemplo. Claro que ese es un secuestro típico de alguien millonario, o de sus seres queridos. Alguien por cuya integridad podrían conseguir una buena suma de dinero.

Existían otros tipos de secuestros, más o menos desafortunados. Los exprés, donde sólo se mantenía prisionera a la víctima mientras llegaban a un cajero automático. Los que sólo servían como medio para conseguir carne nueva destinada a esclavistas de toda clase. Incluso estaban a los que se veían sometidos muchos inmigrantes por parte de sus patrones nativos.

Un secuestro es arrebatarle la libertad a alguien, por el motivo que fuera, del modo que fuera.

También había escuchado sobre el secuestro de bienes, por supuesto. Tomaban algo de tu propiedad, algo muy importante, algo por lo que pagarías para recuperar. Pero los bienes no eran personas. Eran incluso insignificantes del todo para alguien con el suficiente dinero, o eso creyó.

Sabía muy bien que, como dueño de una gran fortuna, podría llegar a ser blanco de secuestradores. Por eso se había asegurado de conseguir todo el protocolo de seguridad para él y para su familia, conformada sobre todo por su esposa y su hija: guardaespaldas, coches con chófer, alarmas, cámaras, botones de emergencia, armas. Muros altísimos y electrificados en su hogar. Sabuesos y guardias en los jardines. Abducirlo a él o alguien de su familia sería prácticamente imposible; menos en su mansión. Su hogar era su gran fortaleza.

No se imaginó ni por asomo que esa misma fortaleza se convertiría en su prisión, engulléndolo entre dientes metálicos, sin que pudiera hacer nada al respecto. No se imaginó, nunca, que estaría secuestrado en su propio comedor con su esposa, comiendo sólo lo que se les permitía, tratando desesperadamente de ignorar cualquier pantalla.

Estaba en todas, burlándose. La imagen del maldito títere del Juego del Miedo. Con su rostro maquillado e inquietante se mofaba de su ingenuidad desde la nevera, desde la cerradura electrónica del cuarto de la despensa, desde la cocina y la cafetera. Más allá de esa habitación, también inundaba la casa. Televisores, computadoras, comunicadores, el termostato.

Incluso estaba en su teléfono móvil. En el de su esposa, en los de repuesto. Todo lo que tuviera una pantalla que pudiera conectarse a Internet estaba manchado con la imagen del muñeco. Del autor de aquel ambicioso secuestro, observándolos. Esperando a que se doblegaran. No tardarían mucho, ¿cómo podrían?

Su primera esperanza quizás hubiera sido los guardias del jardín, los empleados y, sobre todo, Greg Tyson; su amigo y guardaespaldas personal desde hacía muchos años. Pero no tardaría en descubrir que no podía alimentar tal esperanza. Todos sabían que se tomaría un año sabático con su esposa y se irían a recorrer el mundo, empezando por un crucero trasatlántico que nunca habían abordado. No habían salido siquiera de la casa esa tarde, tras despedir a los empleados a sus respectivas casas, cuando todas las pantallas se encendieron solas junto a los bombillos. Y en cualquiera que fuera lo suficientemente grande podía leerse, dividido en varias diapositivas, el ominoso mensaje:

“Quiero jugar un juego con ustedes. Déjenme explicar las reglas: su casa está en mi poder. ¡Sí, toda la casa! Incluyendo, por supuesto, las cerraduras y el termostato. ¿Saben lo que significa eso? Podrían quedar atrapados en una era del hielo repentinamente, sin poder escapar. La habitación de la despensa también tiene cerradura electrónica, así que también es mía. Yo controlo el acceso a los alimentos. Las luces, los televisores, y, claro, las alarmas y los computadores. También me encargué de sus teléfonos móviles y del teléfono fijo.

En conclusión: podrían pasar un tiempo bastante largo dentro de casa, a mi merced… a menos que reciba en Zcash, Monero, Bitcoin y Ethereum unos 200 millones de dólares. Seh, la cifra suena rimbombante, pero, ¿qué son unos millones para alguien asquerosamente rico? Además, ¿saben lo que me esforcé en crear desde cero este fabuloso ransomware of things (RoT)? Merezco una recompensa igual de fabulosa.  

Pero antes hablemos de lo que pasa en su jardín ahora mismo. Verán, esto no es sólo RoT: compramos a algunos de los guardias, quienes dejaron, digamos, fuera de combate al resto. No era mucho resto, a decir verdad. Gregory Tyson, por si les interesa, está atorado en el garaje. Al resto de sus empleados, es decir, el jardinero, el ama de llaves y las criadas, les dimos vacaciones. Sus generosos jefes les están informando a través de sus números telefónicos que otras personas cuidarán la casa en su ausencia, todos los gastos pagos, para que también puedan disfrutar de tiempo libre.

En lo que concierne a la versión oficial de su ubicación, nuestros guardias se encargarán de informar a su querida hija (e hijastra) que cambiaron de opinión sobre el crucero y marcharon al norte en auto, con rumbo indefinido, en compañía de Tyson. ¿Cuánto nos durará esa pequeña mentira antes de que alguien venga a investigar a la casa, en lugar de seguir la pista del norte que los guiaría a su camioneta y a algunos gastos menores con la tarjeta de crédito de Tyson? Yo creo que lo suficiente, ¿verdad? Después de todo, la pequeña Alice continúa en medio de negocios importantes en Hong Kong. ¿Y quién sospecharía que están atrapados en su propia casa? ¡Todo es parte del juego! Ya veremos quién resiste más. Aunque, hay que repetirlo, yo tengo las cerraduras, la despensa y el termostato.

Hablemos ahora sobre el pago. Criptomonedas. Supongo que no han oído hablar sobre eso. Son, digamos, monedas digitales. Se pueden comprar a cambio de dólares en casas de cambio. En esta ocasión, vamos a usar una casa de cambio en específico, junto a unas instrucciones muy específicas, que ya dejé en todos sus computadores. Cuando quieran, pueden ir a abrirlas. Les dejé un tutorial paso a paso de cómo se llevará a cabo el pago. Apenas lo reciba, ¡puf! Les devuelvo la casa y su libertad, de inmediato. Palabra de honor. Incluso pueden ir con la policía, si gustan. Ya habremos desaparecido para entonces, de todas formas.

Y bien, no quisiéramos congelarlos, pero por cada día que pase bajaré algunos grados la temperatura. Cuánto dependerá de mi humor del momento. Quizás baje cinco grados o veinte. Así que esperamos ese pago pronto, ¡muchas gracias por su colaboración involuntaria!

¡Disfrutemos el juego! :D”

Un sujeto enmascarado llegaba todas las noches y los encerraba a punta de pistola tras una de las habitaciones mientras trasteaba en la despensa y la cocina para dejarles sólo lo indispensable encima del comedor. Esa había sido toda su compañía. Ya llevaban atrapados allí cinco días y no podían siquiera pensar en gritar para que alguien los escuchara. La mansión estaba a veinte minutos de la ciudad y sólo de la reja principal a la puerta se tomaba cinco minutos en automóvil.

Alice no los llamaría. Él mismo le había prohibido que los molestara durante, al menos, las dos primeras semanas de sus vacaciones. Era poco probable que le sorprendiera el cambio de planes, además. No sería la primera vez.

No encontró ni una sola de sus armas de fuego en toda la mansión. Alguien las había retirado previamente. Notando eso, intentó tirar abajo a golpes o sillazos varias de las puertas que daban a los patios y jardines para salir de allí, aunque sabía que del otro lado encontraría a los guardias traidores y armados. Tampoco tuvo éxito. Ni siquiera estaba seguro de porqué lo había intentado: él mismo mandó construir esa casa. Muros impenetrables, vidrio blindado. Nadie podría entrar por la fuerza… o salir por la fuerza. Jamás se le ocurrió eso último.

Apartó el plato con pan. No tenía estómago para comer. Pese a los gruesos abrigos, sus pieles comenzaban a resentir la baja temperatura, que sólo iría empeorando hasta volverse insoportable. Lisa, a su lado, se quebraba día con día como un girasol ante un viento helado. Todas las noches le suplicaba que pagara el maldito rescate para poder salir de allí, mas él se negaba a rendirse ante gente de semejante calaña.

Tantas cosas podían salirles mal en su estúpido plan. Alice podría llamar, después de todo. O mejor aún, venir. Alguno de sus amigos, o de los de los guardias caídos o de Greg, podría empezar a hacerse preguntas. ¿Por qué nadie se las había hecho aún? ¿Cómo era que nadie llegaba, qué era lo que habían hecho para impedirlo?

No tenía idea. Sólo podía pensar en el rostro del muñeco del infierno y en que pocas veces había sentido tanto frío…

**

El día siguiente fue aún más helado. Pero eso no fue lo peor. Lo peor fue escuchar el tiro y ver, rígido, al otro lado de la puerta, como el carmesí fluía viscoso hasta sus zapatos.

El carmesí volvió a gritarle, haciendo eco de otra voz. Págales. Vámonos. Salgamos de aquí. Ahora ya era muy tarde, porque Lisa se había resistido al sujeto armado que lo empujó a él de un codazo hasta la otra habitación. Inaccesible para ella. Inalcanzable para sus gritos, sus exigencias, sus puños sobre la puerta metálica.

¡Déjala! ¡Déjala! Pum.

Sus rodillas no lo sostuvieron más. Un silencio atroz llenó como un zumbido sus oídos mientras sus dedos caían sobre la sangre que se filtraba hasta allí. Lo único que había podido colarse por esa puerta. Lo único.

Tal vez siglos después, gritó. Gritó y corrió hacia la computadora de la sala. Manchó de rojo las teclas mientras sus manos trémulas y sus ojos inyectados de sangre intentaban comprender las instrucciones de pago con criptomonedas; lo único a lo que podía acceder desde allí.

Si se daba prisa, aún podría salvarla. Si se daba prisa, aún podría enterrar su orgullo y recuperar algo más valioso…

Cincuenta entre cuatro, cincuenta hacia carteras digitales desconocidas de cuatro monedas diferentes. En medio del bombeo precipitado de su corazón, su mente tuvo el tino de aislarse unos instantes para soportar el horror. ¿Por qué les pedían criptomonedas, por qué no dólares? ¿Menos rastreables? ¿Por qué los encerraron en su propio hogar, por qué no llevarlos a cualquier otro sitio? ¿Menos rastreables también? ¿Por qué disparar a Lisa, si de todas formas iban a congelarse si él no pagaba? ¿Pérdida de la paciencia?

Estaban locos. Todos ellos, estaban locos. O debían odiarlos. O ambas.

Pagó. Compró cada centavo de esos millones en distintas criptomonedas y se apresuró a enviarlos a distintas direcciones.

“¡Juego finalizado! ¡Seguro todos ganamos! La casa será libre en unos minutos y podéis ir en paz. ¡Gracias por su valioso aporte!”

Todas las luces se apagaron y, por unos instantes terribles, cada rincón fue interminable oscuridad. Cuando regresó la corriente, también el control. Sin embargo, había algo que nunca regresaría.

Lisa no estaba del otro lado. Sólo su sangre. Él se juró que los encontraría.

**

— Eso fue lo más estúpido que has hecho hasta la fecha, Aleksandr.
— Vamos amor, fue divertido.
— Estás loco. Loco de remate. No volveré a prestarme para una cosa así.
— ¡Pero si hasta ahora comienzo a jugar con el RoT! No seas aburrida.
— ¿Aburrida? ¿Sabes cuántas cosas pudieron salir mal? ¡Un secuestro normal, como siempre hacemos, es mucho más manejable!
— De momento. Ya verás que perfeccionaré el método.
— ¡Ni hablar!
— Claro que sí. ¿Acaso no nos salió bien? De lo contrario no estaríamos en este fabuloso yate en el Pacífico, contigo muerta y los dos ricos otra vez.

Ella bufó, apartándose un mechón de pelo rubio.

— Si su estúpida hija no hubiera insistido en ese acuerdo prenupcial…
— Ya has asesinado a demasiados esposos, querida. Ahora, no es que encontrar motivos de divorcio sea tan difícil, pero esto también salió bien.
— A veces te odio.
— Aww, ya sé que no.

La atrajo para plantar un beso sobre sus labios. Estaba feliz. Tenían 200 millones en criptomonedas que invertir y gastar… sólo debía impedir que los rastrearan. Bitcoin y Ethereum serían los más desafiantes con sus blockchains públicas, pero seguro que se le ocurriría algo. Siempre se le ocurría.

Simplemente, no pudo resistir la tentación de recibir esas dos tanto como de usar el RoT para tomar posesión de la casa. Le gustaba jugar con fuego, ¿qué podía hacer? Sólo arreglárselas para que no lo atraparan como él a sus víctimas…


Descargo de responsabilidad: Esta es una obra de ficción. Los nombres, personajes, empresas, organizaciones, lugares, acontecimientos o hechos que aparecen en la misma son producto de la imaginación del autor o bien se usan en el marco de la ficción. Cualquier parecido con personas (vivas o muertas) o hechos reales es pura coincidencia.

Imagen destacada por auremar / stock.adobe.com


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